23 enero 2006

La picardía de conocerse

Podés conocer sin realmente conocer a quien tenés cerca. Podés salir, comer, bailar, hablar y disfrutar y sin embargo no tener el más mínimo conocimiento del otro en cuanto persona única e irrepetible. Es tal vez un “conocer” volátil.
Puedo saber si me divierto o me cae bien o me hace reir, pero no podría responder a que le teme, quien le irrita, cual es su ideología, sus incertidumbres y sus mayores anhelos.
Urge, así, hablar, para cometer esa picardía. Disfrutar uno para que el otro disfrute aún más.

Por más exigente que me ponga, por más que busque levantando todas la rocas del planeta y recorra cada rincón de las ciudades, me voy a dar cuenta que ésto es ser. Por algo los verbos en español ser y estar están bien diferenciados, lo que nos hace falta es unirlos.

Imagino ser una marinera en altamar, subida al carajo y mi ropa queriéndose volar por el fuerte roce del viento, mirando sin ver nada más que agua, esa sensación de inmensidad, donde se hace fácil soñar con grandes cosas. Fantásticamente increíble. Esa quietud de los días la cambiamos rápidamente como cuando izamos una vela llena de color al viento y se infla al cielo con orgullo. Como dice M. Proust a veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas, y no nos deja soñar y creer que el mar se mueve, cambia y llega a la orilla cuando quiere y como quiere.
Esos proyectos para que sean sólidos es fundamental que se construyan sobre roca y con madurez, como la confianza que le tengo a mi barco que me lleva sobre esas aguas llenas de incertidumbre.

Cuando conocés a alguien inmediatamente se convierte en compañero de aventuras. Cada uno con sus sueños, miedos y anhelos; pero viajás sin preocupación, sin temor, sin miedo porque sabés que al final allí está.

1 comentario:

celemin dijo...

El ser y el estar solo confluyen en pequeños instantes, como el viento y la ola.

Normalmente estamos sin ser y somos sin estar...