Termino el libro, miro mis paredes y caigo en la cuenta que tengo a las princesitas lejos, que las extraño horrores que tienen casa nueva que disfrutan de un papá gigante y una mamá al descubierto que están enormes que ya no se deben acordar de mi que un año es mucho que 4 meses es poco y que vienen ya en enero.
Me acomodo más reflexivamente sobre el sillón y encaro el cuastionario. Escribo a mano para ver mi letra. Y así ver cómo estoy. Uso mi lapicera de pluma y de siempre, la que me permite trazos de diferentes espesores y firuletes para la efe. Después cuento la plata, la que hay, la que falta, la que no importa y esa que lo vale todo.
Una bocanada de aire.
Un suspiro.
Y ya.