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Muchos años después algunas cosas siguen igual. Dimos vueltas en círculos, tal vez cambiando el centro pero suficientemente poco, sin advertir que dábamos giros cercanos.
Nos conocimos en el jardín de infantes y nos hicimos amigas aprendiendo a empujar en el tobogán; pero más aún cuando un día casualmente nuestras madres se reconocieron de haberse visto en la sala de espera de su obstetra 3 años antes.

Una vez gané una apuesta con ella sobre uno de nuestros favoritos. Agassi.
Ella afirmaba con todo su ser que se llamaba Andrea Agassi, como los italianos, viste? Que Andrea es nombre de hombre. Esto no lograba del todo convencerme por lo que le preguntamos a mi tío mientras miraba un partido en la tele; y así es como tuve mi primera funda de raqueta rosa. Toda rosa, con bolsillos rosas, cierres rosas y blancos y manija para colgármela... rosa. Horas de imitar a Gabi y a Steffi en la cancha, cada una en su papel, ella rubia y yo castaña, ella se hacía la que hablaba castellano-alemanizado y yo hablaba sin las “eses” como Gabi cuando nos entrevistábamos después de cada partido. Una vez, me acuerdo ahora, tuvimos que dejar de hacernos la periodista reporteando a la alemana porque de la risa incontenible nos hicimos pis encima. Siempre nos preguntamos: será así tener un hermana?

Las vueltas dan vueltas en nosotras. Ella conoció a su pareja actual (el segundo mejor tipo que conocí en mi vida), par, amigo y alma gemela en el aeropuerto de La Habana a raiz de un malentendido con unas valijas. Intercambiaron sus teléfonos con la excusa que ambos eran argentinos, pero ella me confesó a través de una sonrisa viste cuando no tenés que ni decirle nada que ya te entendés?

Aquel día estábamos viendo fotos de un viaje (de unos 5 años anteriores) al Amazonas brasilero, más o menos un año después de ellos estar juntos, calmadamente y hablando sobre sueños borrascosos. Como ya las había visto seguidas veces me levanto, voy a la cocina a buscar algo para tomar mientras él se queda con las fotos que nunca había visto hasta ese momento. Me entretengo en el armado de una picada y cuando vuelvo al sillón parecía que alguien, desde afuera, hubiera apretado pausa a la escena.
Ella preguntaba qué pasa amor? Qué hay ahí? qué viste? El seguía petrificado absorto con una foto suya. Era la última del rollo, colorida aunque solitaria, se la había sacado un NN como favor para terminarlo y que la máquina rebobinara en 3 centímetros cuadrados toda la historia del viaje. Una imagen de 10 x 15 de ella sentada con cara de nada en el salón de la boarding gate 8 de un aeropuerto lejano, rodeada de sillones azules vacíos algunos, otros con una campera colgando, una bolsa del freeshop con el logo de marlboro, petates y bolsos de mano; a su lado pero atrás, de espaldas se veía un pedazo de brazo que vestía un buzo azul, un pedazo de pierna, unas zapatillas puma, unos anteojos de sol haciendo equilibro sobre un pedazo de mochila verde. Entonces, así no más, rompió el silencio con un Este soy yo.