(percatarse del detalle)

Supongamos que las musas sobrevuelan esta situación y no se ponen de acuerdo. Día miércoles a la madrugada quiero que me salga en 10 minutos (y me conteste lo que quiero oir, claro, tonta sólo un poco), uso el reloj de cocina, marco que me avise a los diez minutos próximos, tomo mi lápiz y garabateo a las zancadas.
(retrocedo)
Minutos antes tirada panza arriba con las manos en la nuca, en mi propio piso, el lápiz entre los dientes, un buen frío y la ventana abierta de par en par; en fin... el viento rondándome por ahí, el pelo al libre albedrío y ahí, justo ahí, supongo que me di cuenta de alguna cosa.
Pienso- la maraña de rulos no se me despeina con este viento (porque no tengo rulos).
Entonces decido hacerme un bollo, meterme bien adentro, saludo a mis entrañas y me responden con temor. Hoy es con temor. No se a qué, pero nada de lo que quiero oir escucho. Extraño; lo extraño. Supongo que lo miro, hipotéticamente me derrito en sus ojos, desmayada por su supuesta mirada y termino con un siempre tengo cosas que decirte, sobre todo las que llevo como secretos.
¿Qué hay supuestamente entre vos y yo?
Confundo los sonidos y simplemente era (riiiiiing) que había llegado al segundo final de mis 10 minutos marcados.
(punto final)

Cazo el helado de chocolate (y no es un supuesto), apago el reloj, me pongo panza abajo, disfruto el entre nosotros y maldigo los límites de tiempo que me impongo.